Hombre hermoso.
Dícese del macho de la especie humana al que adoras cuando se marcha porque te encanta verlo de espaldas (o de nalgas, que no es lo mismo, pero es mejor). Dícese también del bípedo mamífero pródigo en testosterona a quien si le pides que te baje algo de una repisa muy alta, deja ver una perfecta línea de vellos que se pierde debajo de su ombligo. Un hombre hermoso se define además porque al sentarse coloca un tobillo sobre su otra rodilla, no porque sea una pose intelectual, sino porque le incomoda el paquete. Pero el hombre hermoso nunca ha llegado al nivel de anabólicos de Arnold Schwarznegger, ni cree que para ser un macho-man haya que oler a salami como Chuck Norris. Tampoco ha intentado ser gobernador ni presidente al cumplir los sesenta, y no cree que logrará transmitir firmeza haciéndose un lifting a lo Berlusconi. En resumen, que nunca ha creído que para ser hermoso tiene que ser musculoso, poderoso y feo como el oso. Un hombre hermoso es aquél que tiene la boca pequeña y las orejas gigantescas (para entendernos: que te escucha y te deja hablar). Dícese, asimismo, de aquel bello mortal que, para vivir en forma integral tanto su parte femenina como masculina, no te roba el espejo ni tus cremas exfoliantes. Que no se siente obligado a gastarse una fortuna en el spa ni en la decoración tan bien combinada de su departamento de metrosexual, tampoco en ropa lujosa y de moda ni en el automóvil más original del año, en especial (o exclusivamente) si no piensa compartirlos contigo. Tierno y apasionado, un hombre bello llora, pero sólo cuando ya le diste confianza. Y se corta la uñas (o rasga una guitarra), pero en ningún caso se las lima. Dícese también del hombre melenudo (tipo Rey León y no David Bisbal) que usa champú corriente pero con efecto anticaspa. Ronca, si no tiene más remedio, pero no en la primera noche. El hombre hermoso no usa mondadientes después de comer y tampoco se los guarda en el bolsillo para más tarde. El hombre hermoso tiene los dientes blancos y su barbilla araña un poquito incluso recién afeitado. Da lo mismo que sea lampiño o pelo-en-pecho, pero de ninguna manera el hombre hermoso tiene un enterizo de vellos que forman remolinos en su espalda (sólo en estos casos se admite la depilación del hombre hermoso). Dícese además que un hombre hermoso es esa criatura con pelos en el culo, los mismos que jamás deben asomar por su nariz o sus orejas. Las manos anchas y cuadradas de un hombre bello son las de alguien que ha trabajado al menos un poco y pueden apretarte el cuello hasta matarte de amor. Sus hombros sostienen el mundo y tiene un poco de panza paternalmente sexy. Transpira cuando te hace el amor, pero sólo lo justo para que resbale en tu cuerpo.
Una definición de Gabriela Wiener Dícese del macho de la especie humana al que adoras cuando se marcha porque te encanta verlo de espaldas (o de nalgas, que no es lo mismo, pero es mejor). Dícese también del bípedo mamífero pródigo en testosterona a quien si le pides que te baje algo de una repisa muy alta, deja ver una perfecta línea de vellos que se pierde debajo de su ombligo. Un hombre hermoso se define además porque al sentarse coloca un tobillo sobre su otra rodilla, no porque sea una pose intelectual, sino porque le incomoda el paquete. Pero el hombre hermoso nunca ha llegado al nivel de anabólicos de Arnold Schwarznegger, ni cree que para ser un macho-man haya que oler a salami como Chuck Norris. Tampoco ha intentado ser gobernador ni presidente al cumplir los sesenta, y no cree que logrará transmitir firmeza haciéndose un lifting a lo Berlusconi. En resumen, que nunca ha creído que para ser hermoso tiene que ser musculoso, poderoso y feo como el oso. Un hombre hermoso es aquél que tiene la boca pequeña y las orejas gigantescas (para entendernos: que te escucha y te deja hablar). Dícese, asimismo, de aquel bello mortal que, para vivir en forma integral tanto su parte femenina como masculina, no te roba el espejo ni tus cremas exfoliantes. Que no se siente obligado a gastarse una fortuna en el spa ni en la decoración tan bien combinada de su departamento de metrosexual, tampoco en ropa lujosa y de moda ni en el automóvil más original del año, en especial (o exclusivamente) si no piensa compartirlos contigo. Tierno y apasionado, un hombre bello llora, pero sólo cuando ya le diste confianza. Y se corta la uñas (o rasga una guitarra), pero en ningún caso se las lima. Dícese también del hombre melenudo (tipo Rey León y no David Bisbal) que usa champú corriente pero con efecto anticaspa. Ronca, si no tiene más remedio, pero no en la primera noche. El hombre hermoso no usa mondadientes después de comer y tampoco se los guarda en el bolsillo para más tarde. El hombre hermoso tiene los dientes blancos y su barbilla araña un poquito incluso recién afeitado. Da lo mismo que sea lampiño o pelo-en-pecho, pero de ninguna manera el hombre hermoso tiene un enterizo de vellos que forman remolinos en su espalda (sólo en estos casos se admite la depilación del hombre hermoso). Dícese además que un hombre hermoso es esa criatura con pelos en el culo, los mismos que jamás deben asomar por su nariz o sus orejas. Las manos anchas y cuadradas de un hombre bello son las de alguien que ha trabajado al menos un poco y pueden apretarte el cuello hasta matarte de amor. Sus hombros sostienen el mundo y tiene un poco de panza paternalmente sexy. Transpira cuando te hace el amor, pero sólo lo justo para que resbale en tu cuerpo.
Revista Etiqueta Negra